
"Desde el alba hasta la noche, sentada ante la
lanzadera, ella tejía la seda de un modo nuevo, desconocido en el país. En
tanto tejía, la seda iba fluyendo como una lenta corriente de oro tornasolado,
en cuyos cambiantes reflejos florecían fantásticos dibujos malvas, escarlatas y
verdemar. Eran siluetas de antiguos caballeros, carros de guerra tirados por
dragones. En las barbas de cada dragón fulgía la perla mística. En el casco de
cada caballero brillaba el signo de su rango. Todos los días la tejedora tejía
un gran corte de seda, y el prodigio de su confección, la fama de su arte, se
extendía más allá de la provincia. De todas partes llegaban viajeros deseosos
de observar su labor. Los mercaderes de seda de las grandes ciudades oyeron
hablar de la tejedora y mandaron mensajeros para pedirle que trabajara para
ellos y les comunicara su secreto. La Tejedora trabajaba para ellos a trueque
de cubos llenos de plata que le enviaban. Pero cuando le suplicaron que
enseñara su arte, ella sonrió y dijo:
--En verdad nunca podré hacerlo, porque
ninguno de ustedes tiene dedos como los míos".
"Efectivamente, nadie podía distinguir sus
dedos cuando tejía, como no es posible percibir las alas de una abeja en el
vértigo de su vuelo".
Lafcadio Hearn, "La leyenda de la Tejedora Celeste".
Trad. de Armando Vasseur.
Trad. de Armando Vasseur.