Siempre me interesaron los colores fríos, que aparecen bastante en mis textos y ahora también en mis tubos. Esta foto integra una serie que hice en Canadá afilando crayolas sobre papeles de color.
La mariposa pavo real se llama así por los "ojos" (ocelos) de sus alas, con los que imita el rostro de un felino para desconcertar a posibles atacantes.
Inachis io es el nombre científico de la mariposa pavo real. Alude a un personaje de la mitología griega que era descendiente de Inaco, tal vez su hija.
Io vivió mucho tiempo cautiva, convertida en ternera y custodiada porArgo, un gigante de cien ojos, todo esto por exigencia de Hera, celosa de sus amores con Zeus.
Hermes, por orden de Zeus, mató al gigante que vigilaba a Io, y Hera colocó sus cien ojos en la cola del pavo real, su ave favorita, a modo de homenaje.
Los ocelos son los falsos ojos en la cola del pavo real o en las alas de Inachis io, y también los ojos simples de los insectos, que complementan la visión de sus ojos compuestos.
Los ojos compuestos ofrecen una visión en mosaico semejante a la imagen digital. Cada componente (omatidio) tiene su lente, lo que le da el aspecto de una faceta de prisma.
Blog personal de Magdalena Ferreiro. Salvo indicación contraria, los textos, fotografías y traducciones son propios. Derechos reservados.
En el reverso del mundo, donde yo estoy, se ven muchas cosas vedadas para los otros. (De los diarios de Alejandra Pizarnik).
"El pavo real en el jardín envenenado" es un texto budista del siglo X escrito por el maestro Dharmarakshita de Sumatra cuando vivía como ermitaño en una cueva.
Según el mito, el pavo real puede alimentarse de serpientes venenosas sin sufrir daño, lo que lo convierte en un poderoso símbolo de transformación.
Una puerta sonora de cristal, renuente, que no puede soportar que la gente intente entrar ni que trate de salir. (De los diarios de Katherine Mansfield).
Y los ojos de los abanicos de pavo real hacían guiños... (Elizabeth Barret Browning, Regalos de Navidad).
Muy pronto, tan solo unos cuantos charcos brillaron en las depresiones del pavimento de jade.
(Marguerite Yourcenar, "Cómo se salvó Wang Fo").
—Te di un espejo y una máscara de oro; he aquí el tercer regalo, que será el último.