"Seguramente nadie haya encontrado el mundo tan al revés como aquel sastre del cuento que, habiendo entrado vivo al cielo, contempló el mundo desde esa atalaya".
Sören Kierkegaard, Temor y temblor.
Que llegaríamos al fin y que allí siempre sería noche negra, y que caminaríamos por páramos de polvo fino como ceniza de papel, un polvo que olería a azufre y salitre y se pegaría a nuestros pasos.
Que desde allí el planeta se vería inmenso y traslúcido en el cielo de carbón, una imponente esfera hecha de agua con cambiantes de verde y oro, noctilucente, secreta.
Que en la cara oculta habría tal vez océanos secos, mares de lava, misteriosos campos de algodón, y que allí la noche no tendría más lámpara que el paso de algún cometa helado o el parpadeo familiar de las estrellas.
Que nuestra historia sería registrada en discos de zafiro y guardada en uno de sus cráteres y que, al leerla, alguien alzaría la vista al cielo en busca del planeta donde todo sucedió; pero el planeta ya no estaría.
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Foto: Valle de la Luna, Atacama.