Un río de agua de lluvia

 

"Um bilhão, vinte milhões, cem mil e oitocentos contos, cento e vinte mil e duzentos e trinta réis".

Ejemplo tomado de un padrón monetario histórico del Banco Central de Brasil.


Vuelvo a la isla en la estación de las lluvias. Encuentro un río que no conocí antes. Pequeño como se lo ve, comprendo que en torno a él se levantó la villa.

Cuentan que había aquí una boca de fuente con el rostro de un perro donde bebían prisioneros y soldados. De eso, parece, no han perdurado imágenes, solamente leyendas.

La ciudad estaba en llamas cuando me fui. Esta vez era un vuelo diferente. Las hélices sonaban como inmensos ventiladores en una madrugada de verano.

La primera vez vine desde el cálido invierno de Recife, donde apenas en la noche, entre los puentes, se sentía un leve escalofrío que cualquier abrigo podía ahuyentar.

Ahora veo las dunas desde el cielo, la arena tan fina y blanca que parece nieve. Sobre ellas jirones de nubes y alrededor, vegetación pizarra.

(Paçoca de maní, coco quemado, helado de maíz verde. La Playa de los Artistas, la dulce brisa del mar natalino).

Esta vez moraré en otra villa, por la que, dicen, se pasea un gato ladrón. Yo lo veo varias veces, sin embargo, y su comportamiento es intachable.

¿Quiénes serán los treinta reyes? ¿Diez veces los tres reyes magos del fuerte al que nunca se llegaba, perdido en un espejismo de arena?

El camino serpentea hacia arriba, tapizado de pétalos coral. Es el bosque de flamboyanes con su noche de candelas y misterios.

"Yo quería encontrar un lugar así", dice alguien, hundiéndose en una piscina en las rocas. A un lado, en el bosque, las lianas parecen haberse trenzado solas en un columpio para hadas.

Nos dicen que sí y sacudimos el árbol, su tronco fino y retorcido. Las acerolas van cayendo, deliciosas y ácidas, algunas arrancadas por nuestras manos.

Pienso en la ciudad que dejé atrás y en la pequeña piscina del hotel, donde una mañana me visitaron las lavanderas enmascaradas, los "pájaros que susurran".

Los treinta reyes son uno solo, también un pájaro; más propiamente, un ave marina. Blanca y negra como las lavanderas, esquiva como el charrán ártico.

Se aclara uno de los enigmas (Vila do, no dos Trinta Réis) pero ¿cuál será el origen del nombre? Cuento los reyes de Portugal desde mil puntos de partida, pero no encuentro la clave.

El barco bordeó los dominios de los delfines y el fuerte sobre el islote que ruge como un león. La playa desde todos sus balcones y, esta vez, la playa desde el océano.

Algo impide el paso más allá de cierto sitio, una suerte de muro invisible que podría voltear el barco. Nos alejamos hacia el continente en busca de un punto seguro.

No tan lejos de la orilla, en realidad, la profundidad ya es insondable. Uno quiere sentir la transparencia azul del agua, su increíble pureza, su textura.

En la playa, unos días después o tal vez antes, un cangrejo amarillo me recuerda a otro, el Sally Lightfoot. Decido rebautizarlo 'cangrejo halloween' por su cabeza, que semeja una pequeña calabaza.

En la playa, unos días después o tal vez antes, me quedo hasta fotografiar la luna en los barrancos. Recuerdo, en mi primera visita, al personal llamando a un turista con insistencia.

Me esperan dos personas. Hablan español. Les digo que suban, que quiero ser la última. Se asombran. Uno de ellos se detiene a tomar agua de un torrente que baja hacia la orilla.


II

Ya está por llegar la Pascua y, junto a la iglesia, el cura ensaya sus sermones. Anochece y al menos unos cinco gatos van congregándose en torno al parlante.


III

En el vuelo de regreso a Natal me agoto escrutando el horizonte. Busco el Atolón de las Rocas, maravilla perdida en el océano. Veo una lancha que va hacia no sé dónde y me gusta pensar que hacia ahí irá. 


Montevideo, julio de 2023.

Foto: Praia do Cachorro, Fernando de Noronha, Brasil.