Así se duerme en la villa de Niebla.
Llegan los murciélagos, las niñas de la hiedra, los pensamientos oscuros. El durmiente tiembla y se arrebuja en lanas y algodones, intranquilo. A su lado la lumbre se extingue.
Luego, en los caminos, las plantas de viniebla se doblan apenas bajo un viento sutil y helado, y entonces aparecen los sueños de placer. Se ahogan, sin embargo, en un quejido: el durmiente despierta, advierte que soñaba y vuelve a caer en letargo, no sin antes derramar un par de lágrimas.
Finalmente, con los primeros rayos del día, la víctima cae por fin en un profundo sueño. Y es entonces, justo entonces, que las malditas campanas llaman al deber.
De Villa de Niebla (2004).
Foto: Montevideo.