Las esculturas de Bratislava

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Llegué a la capital de Eslovaquia en bus desde Viena, por cerca de diez euros, dispuesta a recorrerla por el día, y pocas veces en mi vida una suma como esa estuvo mejor gastada. Era una mañana nubosa, pero evolucionaría hacia uno de esos días invernales de sol que tanto me gustan. A mi llegada me recibió Hans Christian Andersen en la plaza Hviezdoslav: buen comienzo para una amante de los cuentos. La obra, de Tibor Bartfay, conmemora el paso del narrador por Bratislava, y era apenas un adelanto de las encantadoras sorpresas en forma de escultura que esperan al que se aventure por la ciudad.

El paso de las tropas napoleónicas por la capital eslovaca es recordado con la simpática escultura de Juraj Melis que representa a un soldado apoyado sobre un banco de la Plaza Mayor (Hlavné Námestie). También de Juraj Melis es la estatua (calle Rybárska) que recuerda a Schöne Náci, antiguo personaje del folklore de la ciudad que, impecablemente vestido pese a su modesto pasar, solía ofrecer reverencias y flores a las damas.

Un Paparazzo en plena acción, que inquietará a los paseantes famosos, se luce en una esquina de la calle Laurinská; es obra de Radko Macuha y los visitantes, quizás en venganza solidaria, le prodigan abundantes tomas. Pero la más célebre de las esculturas que distinguen a Bratislava por su originalidad y gracia es probablemente Cumil o Rubberneck (foto), de Viktor Hulík: un trabajador que se asoma, reflexivo y melancólico, desde una alcantarilla, y que ya fue decapitado un par de veces por conductores descuidados. Ahora lo protegen advertencias municipales.

Caminé casi hasta la caída del sol disfrutando de estas sorpresas, y, a última hora, de un chocolate caliente para reponer fuerzas antes del regreso a Viena. El trayecto es breve y agradable, por lo que lo recomiendo ampliamente. Los amantes de Praga encontrarán en Bratislava una experiencia que tiene mucho en común con la que ofrece la capital checa, pero en una escala más relajante y manejable. Por momentos se puede vagar por las calles casi en completa soledad, apreciando las numerosas tiendas de marionetas, algunas encantadoras pinturas murales y, en general, una cartelería muy cuidada en los comercios y cafés, lo que va produciendo, a lo largo de las horas, un interesante estado de satisfacción estética.