
El primero apareció en el invierno canadiense, una noche en la que yo volvía del cine en Ottawa. Apenas comenzaba a nevar y su pelaje estaba cubierto de brillantes copos que, por haber caído muy suavemente, casi conservaban su forma original. Se fue con tanto sigilo como había llegado.
El segundo se perdió en pleno carnaval cerca de la Scala del Bovolo, hermosa construcción medieval veneciana. Nunca llegué a conocerlo, pero al ver el cartel me pregunté qué otro animal podía perderse o encontrarse en el carnaval de Venecia.
El tercero, bastante pequeño, intentó cruzarse en mi camino el pasado 1º de enero en un puente montevideano. No suelo impedirles la maniobra, pero pensé que ser permisiva en esa fecha era desafiar demasiado a la suerte y lo esquivé con decisión. Él me miró entre asombrado y orgulloso, tal vez pensando: "Qué aspecto amenazante debo de tener".