Las eternidades



Una vez dormí en un hotel cuya finalidad era tan inequívoca que junto a la cama (doble) no había más que un bidet. Ni baño, ni ducha, ni mesas de luz con biblia en el cajón. Era en París, creo recordar que cerca de la estación St-Lazare (foto), y de noche se oían los ronroneos de los innumerables amores, sospecho que más bien efímeros, que tenían lugar entre aquellas paredes. 

Tengo que decir que, aunque escapé a la brevedad hacia un establecimiento menos comprometido, con aquel arrullo no se dormía tan mal.