El cortejo macabro llega de improviso, pero nunca antes de culminar la sobremesa del almuerzo ni mucho menos sobre la hora del té. Suaves chasquidos lo anuncian: el rozar de las vestiduras contra el piso, ligeros correteos, risas ahogadas. Y de golpe, la consumación: es que ellas ya están aquí, y nada puede hacerse para evitar la ceremonia.
Hieráticas sobre su góndola fúnebre, las damas cincelan en los libros del horror los nombres de aquellos pobres mortales que habrán de ser tragados por las aguas. Sus dedos se entretienen en prolongados juegos de caligrafía y placer y a cada gota de tinta negra corresponde, redonda y perfecta, una gota de sangre oscura como un arándano.
Aún no han podido escribir mi nombre, pero sé que me buscan desde hace tiempo. Será cuestión de empacar mis dos o tres libros y poner proa a alguna parte del Norte, antes de que sea demasiado tarde.
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De Villa de Niebla (2004).
Foto: Venecia (Carnaval 2009).
Foto: Venecia (Carnaval 2009).