La oferta de cafés de Buenos Aires es deslumbrante, superada por pocas ciudades que yo conozca. No me atrevería a decir que existe la que pueda ganarle claramente, aunque si hubiera un caso sería París. También me resultan geniales los cafés de Madrid, única ciudad donde por defecto sirven el cortado tal como me gusta.
En Buenos Aires el café es toda una institución, y sin importar demasiado los avatares económicos de la Argentina, en su capital siempre se encuentra un buen número de personas que desayunan en uno leyendo el diario, o bien entran a despejarse un rato a media tarde. Una combinación clásica: café con leche y tres medialunas (croissants).
Hace poco pasé un buen tiempo en la ciudad dedicada involuntariamente a una investigación de mercado sobre el tema. Todo comenzó con el listado de Bares notables de Buenos Aires (destacados en general por su valor histórico) que llevaba conmigo para ubicar alguno en cada paseo, ya que la red es amplia. Visitaba algún barrio y, a la hora de reponer fuerzas, elegía un local de la lista. Luego fotografiaba el resto y, si algún café lo ameritaba, volvía en otra ocasión para hacerle los honores (San Telmo, por ejemplo, merece varias visitas en ese sentido).
Al ir por todas partes concentrada de un modo u otro en el tema, comenzaron a surgir mis propias conclusiones. Por ejemplo, que El Coleccionista, en Avda. Rivadavia 4929 (Caballito), frente a una atractiva feria de libros usados, era de las mejores opciones en su relación calidad-precio. Muy cerca, la confitería Las Violetas (Rivadavia 3899) me pareció también merecedora de una visita. La opción más hermosa para mi gusto resultó el legendario Café de los Angelitos, también en Rivadavia, la avenida más larga del mundo, pero en el número 2100 (Congreso). Allí iba incluso muy tarde de noche a tomar chocolate caliente a la española en una pequeña caldera de cobre que era todo un deleite. Los turistas hacen fila para entrar a uno que yo no visité, pero porque ya lo conocía: el Gran Café Tortoni, en Avda. de Mayo 825 (Montserrat). En el barrio de La Boca, más que el ruidoso La Perla recomiendo El Estaño 1880 (Aristóbulo del Valle 1100), donde las veladas debían ser agitadas en el siglo XIX, ya que conserva huellas de balas en su barra tradicional de estaño. Allí se me dijo que, según la leyenda, la mesa en la que acababa de estar era la favorita de Astor Piazzolla. Recomiendo también un rústico y cómodo bar-almacén donde se puede comer pan casero y probar el dulce de leche si no se lo conoce (y eso hay que remediarlo): Bar de Cao (Independencia 2400).
Para amantes del tango: el espléndido Esquina Homero Manzi, en San Juan y Boedo (Boedo). Para leer a Borges: 36 Billares, en Avda. de Mayo 1265 (Montserrat). Y para todo público, con buenos precios y un antiguo y agradable local, aunque con atención algo excéntrica: Confitería Ideal, en Suipacha 384. Digo esto porque yo iba mucho por una promoción especialmente ventajosa, pero a algunos mozos parecía resultarles perturbador servírmela. Les sugerí que la retiraran de la carta si no era conveniente para ellos, pero cada vez que iba por allí se presentaba el mismo problema. En fin. Un disgusto mayor fue el cierre de la Confitería Richmond, en plena peatonal Florida, donde pasé también momentos muy buenos.
Nota: no recuerdo el nombre del café de la foto, que tampoco integra el listado por ser más moderno, pero recuerdo que estaba en San Telmo y lucía muy bien. Si alguien lo reconoce se me puede adelantar: creo que la calle era Defensa. La bicicleta con ajos fue efímera, pero no podía dejarla pasar.
En Buenos Aires el café es toda una institución, y sin importar demasiado los avatares económicos de la Argentina, en su capital siempre se encuentra un buen número de personas que desayunan en uno leyendo el diario, o bien entran a despejarse un rato a media tarde. Una combinación clásica: café con leche y tres medialunas (croissants).
Hace poco pasé un buen tiempo en la ciudad dedicada involuntariamente a una investigación de mercado sobre el tema. Todo comenzó con el listado de Bares notables de Buenos Aires (destacados en general por su valor histórico) que llevaba conmigo para ubicar alguno en cada paseo, ya que la red es amplia. Visitaba algún barrio y, a la hora de reponer fuerzas, elegía un local de la lista. Luego fotografiaba el resto y, si algún café lo ameritaba, volvía en otra ocasión para hacerle los honores (San Telmo, por ejemplo, merece varias visitas en ese sentido).
Al ir por todas partes concentrada de un modo u otro en el tema, comenzaron a surgir mis propias conclusiones. Por ejemplo, que El Coleccionista, en Avda. Rivadavia 4929 (Caballito), frente a una atractiva feria de libros usados, era de las mejores opciones en su relación calidad-precio. Muy cerca, la confitería Las Violetas (Rivadavia 3899) me pareció también merecedora de una visita. La opción más hermosa para mi gusto resultó el legendario Café de los Angelitos, también en Rivadavia, la avenida más larga del mundo, pero en el número 2100 (Congreso). Allí iba incluso muy tarde de noche a tomar chocolate caliente a la española en una pequeña caldera de cobre que era todo un deleite. Los turistas hacen fila para entrar a uno que yo no visité, pero porque ya lo conocía: el Gran Café Tortoni, en Avda. de Mayo 825 (Montserrat). En el barrio de La Boca, más que el ruidoso La Perla recomiendo El Estaño 1880 (Aristóbulo del Valle 1100), donde las veladas debían ser agitadas en el siglo XIX, ya que conserva huellas de balas en su barra tradicional de estaño. Allí se me dijo que, según la leyenda, la mesa en la que acababa de estar era la favorita de Astor Piazzolla. Recomiendo también un rústico y cómodo bar-almacén donde se puede comer pan casero y probar el dulce de leche si no se lo conoce (y eso hay que remediarlo): Bar de Cao (Independencia 2400).
Para amantes del tango: el espléndido Esquina Homero Manzi, en San Juan y Boedo (Boedo). Para leer a Borges: 36 Billares, en Avda. de Mayo 1265 (Montserrat). Y para todo público, con buenos precios y un antiguo y agradable local, aunque con atención algo excéntrica: Confitería Ideal, en Suipacha 384. Digo esto porque yo iba mucho por una promoción especialmente ventajosa, pero a algunos mozos parecía resultarles perturbador servírmela. Les sugerí que la retiraran de la carta si no era conveniente para ellos, pero cada vez que iba por allí se presentaba el mismo problema. En fin. Un disgusto mayor fue el cierre de la Confitería Richmond, en plena peatonal Florida, donde pasé también momentos muy buenos.
Nota: no recuerdo el nombre del café de la foto, que tampoco integra el listado por ser más moderno, pero recuerdo que estaba en San Telmo y lucía muy bien. Si alguien lo reconoce se me puede adelantar: creo que la calle era Defensa. La bicicleta con ajos fue efímera, pero no podía dejarla pasar.